Un ecosistema agrupa muchas poblaciones de especies animales y vegetales que comparten los recursos de un mismo medio. En este medio de vida, se distingue el conjunto de los seres vivos (plantas, animales) que constituyen la biocenosis, y el ambiente geológico (tipo de suelo, clima, agua) que es el biotopo. La asociación de la biocenosis y el biotopo constituyen un ecosistema. Existen muchos hábitats naturales (bosque, río, estanque, desierto, pantano). La vida se mantiene allí gracias a las interacciones que se desarrollan entre los elementos de un ecosistema (intercambios de energía, relaciones tróficas).
Todos los ecosistemas funcionan bajo las mismas leyes: el reciclaje de la materia y la transferencia de energía.
El reciclaje de la materia: Las especies vivas de un ecosistema crecen y se reproducen. Ellas encuentran alimento que satisfaga sus necesidades. Tres niveles tróficos estructuran un ecosistema:
El ciclo de la materia se mantiene gracias a los descomponedores que restituyen al suelo los materiales inorgánicos esenciales para el desarrollo de los productores.
La transferencia de energía: Para vivir, cada especie obtiene su energía de su entorno. Un ecosistema es, pues, caracterizado por un flujo continuo de energía entre los diferentes niveles tróficos.
Mediante la producción de materia orgánica, los productores almacenan energía y proporcionan una fuente inagotable para los consumidores. Estos toman sólo una parte de esa energía que a su vez almacenan en sus tejidos, el resto se pierde en forma de calor o de deshechos.
Cuando las interacciones entre cada nivel trófico se equilibran, la biomasa (masa total de materia orgánica) del ecosistema se estabiliza. El ecosistema está entonces en equilibrio. Pero este equilibrio es frágil y puede romperse fácilmente debido a las perturbaciones naturales (tormentas, erupciones volcánicas, incendios forestales, sequías, inundaciones) o humanas (deforestación, explotación minera, ...). La biodiversidad depende de la preservación de los ecosistemas.